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Intensa y constante, la llovizna golpea con empeño contra la tela del paraguas y se mete por cada abertura de la vestimenta al caminar. Es casi el fin del invierno. El viento cómplice sopla con gélida fuerza la hiedra que parece levemente despegarse de la pared de la entrada cual si fuera una doble corteza de ese mismo muro. Al llegar, las llaves se resbalan de las manos mojadas y lo que son unos pocos segundos parecen minutos, después del mediodía, cuando el hambre y las ansias de meterse en casa intensifican el deseo de entrar.
Tras el cristal empañado de la ventana, las hojas secas de la parra, empujadas por el vendaval, se acumulan a un lado del patio. Ya a resguardo, un perfume inmediato llega a través del pasillo invadiendo el espíritu; ese olor ancestral, de hogar y de recuerdos: esencia de ajos dorados crepitando en el aceite de oliva, aromas que llaman a otros tiempos, de cocciones lentas, esos que predicen sorpresas conocidas de sabores y de texturas. Esa fragancia culinaria que surge al paso con frecuencia al caminar en las aceras de los pueblos, cuando tras exclamar: ¡Que buen olor! Y despierta de inmediato el apetito. Es la cocina de toda la vida, esa olla encantada con absoluto poder.
Dentro, en la chimenea, brasas y chispas reflejan sus cálidos tonos de brilloso esplendor contra la oscura madera de la mesa. Y es sobre su centro donde se haya delante de uno la encarnación misma del deseo: allí, en el interior de esa pieza ilustre de la vajilla, que es la sopera, desprendiendo sus vapores seductores se encuentra. El arroz con acelgas.
En la jerarquía de los menús es lo que gastronómicamente se denomina plato único y que solo encuentra respeto en teorías coquinarias. En la intimidad de casa, donde la obediencia y el protocolo van por caminos diferentes, esa categoría adquiere otro significado: el plato único se traduce en servirse dos veces, desde ya, el plato debe ser hondo y de amplia concavidad.
Tras finalizar el primer plato se hace prácticamente imposible resistir el deseo y alejarse de ese sabroso momento de gustativo jolgorio. Es en la clonación del primer acto cuando se prolongan las complacidas delicias de la boca. Y es entonces cuando la cuchara abraza el alma. El arroz caldoso con acelgas, humeante y perfecto. Un preparado, que en su base líquida conserva todos los sabores y aromas de la cocción y un aporte completo, que con la carne, verduras y legumbres entrega al organismo todas sus propiedades. Receta ideal para tenerla preparada con antelación y solo agregar las alubias y el arroz al sentarse a la mesa. Obviando la carne se puede convertir en una excelente opción vegetariana. De toda la vida y siempre aportando sus bondades es un plato de la tradición valenciana para comer todo el año, pero aún mejor en días lluviosos y fríos. Platos de cucharas, esos que apetecen ver en la mesa al llegar a la casa.
Ingredientes para 4 raciones
Aceite de Oliva Virgen Extra PROMESA
Sal
Dientes de ajo
5
Uno picado y 4 chafados con su piel
Costillas de cerdo
500g
Cebolla picada
1
Agua
1 L y medio
Pimentón dulce
1 cdta
Tomate rallado
1
Azafrán
1 pizca
Laurel Seco
1 hoja
Patatas cortadas en cubos
300 g
Acelgas con sus pencas
300g
Alubias/Judías blancas
200g
Previamente cocidas
Arroz redondo
200g
Receta
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